Fenicios
―¿No te acordás de ese cumpleaños?
Me cuentan cómo me divertí ese día, qué forma tenía la torta y qué tío me la había hecho, quiénes habían llegado de visita de Paraná y cómo corrí con los hijos de los grandes que habían sido invitados. Que había una nena que se llamaba Santina que rompía todos los juguetes que me acababan de regalar, y que la abuela Blanquita se ponía como loca.
Me dicen que un tío flaco, el Flaco, había llegado ese mismo día desde Buenos Aires de una reunión con los muchachos con quienes después formó el Pepepé, y que en el salón donde estaban los habían sorprendido los milicos.
No, ese no era el mismo cumpleaños. En cambio, me dicen que esa fue la última vez que vieron a alguien, que por entonces tenía «un pedo en la cabeza», pero que era «polenta».
―No, no fue esa la última vez ―interrumpe mamá con absoluta fe en su memoria―. Lo volvimos a ver en la asamblea del Pepepé. Él encabezaba una de las corrientes pepepistas que confrontaba con el pepepismo pepal.
―¡Ah, tenés razón! ―acepta el Gordo con júbilo y nostalgia―. Bueno, fue ahí donde surgió el Pepepé. El sector del Pelado se alinea con el pepepismo revolucionario y se enfrenta con el Colorado.
―Claro, después de esa reunión, un par de meses después, lo agarraron al Pelado.
―No, al que agarran es al Colorado ―vuelve a corregir uno de los dos.
―Tenés razón. Al Pelado lo agarran después.
En ese punto del relato llega también una especie de suspiro reprimido, que igual se nota. Ambos bajan un poco la cabeza, mamá lo disimula estirando la mano con el mate y el Gordo procurando alcanzarlo sin mirar, porque sus ojos se han vuelto a perder en algún rincón del comedor.
«¿Te acordás, te acordás?», me repiten y yo hago un esfuerzo enorme por recobrar el momento, el lugar, las personas, el lío, pero siempre termino imaginándolo y cuando abro la boca es para que mamá me mire con frustración y me diga que no, que aquél era otro Pelado, y que ese recuerdo corresponde a la casa de calle 6 y el cumpleaños del que hablamos lo festejamos en calle Comechingones.
Yo me acuerdo de un barbudo llamado Cristóbal que me enseñó a jugar a las damas y de unos chicos un poco más grandes que yo a los que les tuve que encender el termotanque eléctrico para que pudieran bañarse, y que le pifié a la intensidad y terminaron bañándose con agua fría. Y me acuerdo de cómo los grandes parecían chicos haciendo engrudo para pegar carteles. No recuerdo nada más que eso, junto a un montón de nombres mezclados que parecen sacados de historietas, como Tom, Pitín, Pelusa (que siempre me confundo que es un varón, pero creo que es una mujer), el Chino, el Trosko o el Ruso. Pero todo parece pertenecer siempre a una época distinta de la que me están contando en ese momento. Cuando no hay escapatoria, salta el Gordo en mi defensa:
―Era muy chico, Flaca, qué se va a acordar.
Pero sí, me gustaría recordar. Ya me doy cuenta de que existirán muchas veces en las que querré acordarme de algo y por más esfuerzo que haga se habrá esfumado o escondido en un rincón inalcanzable.
―Bueno ―retoma el Gordo, con entusiasmo renovado―, vos me preguntaste por qué el Pelado y el Petiso están enfrentados. Era la época del gobierno de Juan Pérez, te estoy hablando de treinta años atrás. Cuando se produce el golpe, Juan Pérez interviene las universidades. Es famoso ese acontecimiento, la toma de las facultades de La Plata, lo habrás visto en la escuela. ¿Ah, no? ¿Y qué están viendo en Historia? Fenicios, ah. Bueno, resulta que entran los milicos reaccionarios hijos de puta, se arma un quilombo, vidrios rotos, balazos, quilombo, gritos, bueno. En ese quilombo estaba el Petiso, adentro de la facultad. Pero el Pelado, en cambio, empieza su actividad política de otra forma. Su padre era un viejo comunista, su madre también, toda gente intelectual, conocidos a nivel provincial, etcétera. Cuando se hace el acto este que vos me preguntás, muchos años después, el Petiso y el Pelado se encuentran, pero llegan de diferentes vertientes, o sea, caminos. Se jugaba la manija del movimiento.
―¿El movimiento ese en el que estaba el otro Pelado?
―¿Eh? No, lo del Pelado de La Plata era otra cosa, otra manija, otro movimiento, ¡otro gobierno! Yo te estoy hablando de ahora, en democracia.
―¿Cuando tuviste que saltar la tapia?
―¿Qué tapia? ―pregunta el Gordo pausando de súbito el ademán en el aire.
―Cuando me contaste que hacían como que jugaban al billar, pero estaban hablando del sindicato… Que zafaste porque justo salían los del hipódromo...
―¡No! Claro, eso sí era en democracia... Pero ahí la cosa ya estaba jodida con los servicios...
Trato de entender, al menos rescatar algún dato para alguna vez, quizá mucho más adelante, comprender, pero con la exaltación del Gordo me doy cuenta de que estoy confundiendo todo.
―El Petiso y el Pelado ―retoma―, este Pelado, el de Entre Ríos ―aclara―, se enfrentan porque el Petiso no acepta bajo ninguna circunstancia la negociación con el Pepepé, el sector que históricamente claudicó y negoció con el Golpe. Me refiero al golpe que vino después de lo del hipódromo que vos te acordás. El Petiso encarna la línea combativa y pretende imprimirle esa línea al movimiento, claro, eso fue lo que lo aisló. Yo creo que ahí debió bajar un poco los humos ―dice el Gordo ya no hablándome a mí, sino inclinándose hacia mamá en busca de acuerdo―. Pero ni en pedo, el Petiso no podía con su genio, era un militante flemático. La línea del Pelado copa la asamblea y sobre el pucho le tuerce el puño al Petiso, que se retira de la reunión con su grupo y que aún hoy está, a partir de entonces, como te digo, aislado. Así se formó el Pepepé, que es una cosa amorfa, un engendro donde conviven obsecuentes con traidores. El Pelado tuvo hasta hace poco un cargo muy importante otorgado por el Partido, ellos estuvieron muy bien hasta que el Turco los cagó. Siguen divididos, como siempre, por cuestiones de guita. El Petiso, en cambio, que quedó para el carajo en aquella asamblea, como un nostálgico de épocas viejas, sigue con los que quedan de su grupito, formó una cooperativa y se caga de hambre como siempre se cagó, por tener una visión distinta de la política. De la militancia. De la lucha.
El Gordo se emociona, se le ponen los ojos rojos, y destripa el mate de un sorbo sonoro, como para disimular. Mamá camina por la cocina, de la pileta al costurero, pero escucha y también se emociona a su estilo.
Yo sé que apenas salga del comedor me voy a ir olvidando de todo, detalle por detalle, pero creo que nunca me voy a olvidar de esto, justamente, de la emoción con la que me cuentan y que, por algún motivo, aunque entienda poco y nada, me hace emocionar a mí también.
Subir